C UANDO oigo hablar de las causas de la crisis económica escucho y saco mis conclusiones. Ya les he dicho alguna vez que para mí la Economía son Ciencias Ocultas (sospecho que para más de un economista también) pero estoy en el Mundo, y llevo ya un tiempo viendo algunas cosas que han venido pasando.
Muchos analistas coinciden en señalar que la avaricia de algunos ha roto el saco. Debe de ser cierto, pero empiezo a temerme que algunos sacos bien colmados no van a tener ese destino. Cuando se habla de avaricia creo entender que la referencia es a la maximización del beneficio que han buscado muchas empresas y entidades financieras a costa de lo que haya hecho falta; y ello ha venido conducido por obra y gracia de muchos gestores y directivos de estas corporaciones cuyo saco ha acabado bien repleto, plenitud que no parece vaya a ser pareja en cuanto a las responsabilidades que van a rendir finalmente.
El sistema de retribución de altos cargos empresariales en los últimos diez años ha sido una auténtica sinrazón, y en él creo que se apoya una magra parte del desastre que vivimos ahora. La bacanal del valor inexistente respaldado por cifras ficticias ha venido alimentada por los enjuagues de estos ingenieros financieros cuyas contraprestaciones jamás han estado ligadas a la creación de valor empresarial real a medio o largo plazo sino más bien a la obtención de resultados numerarios de relumbrón a corto, lo suficientemente abultados como para revertir en los jugosos porcentajes que pactaban en sus contratos, de duración muy limitada y blindados por millonarias cláusulas para su eventual rescisión.
Estos linces de la contención de costes (lo mismo que hacía mi abuela, que jamás estudió un MBA, con la economía familiar) han resultado ser auténticos virtuosos de la minoración del capital de las empresas, de la “subsubsubcontratación” cutre, de la venta de sus activos, del desprecio al cliente, de la entrega de bienes y servicios chapuceros, y del hurto al trabajador de la parte que en Justicia le tocaba por la presunta generación de valor. Eso sí, se han puesto las botas.
Se han subido el sueldo periódicamente, en ocasiones con cargo al IPC congelado de sus empleados, se han puesto medallas de ahorro a base de racanear en la pintura del rótulo, han repartido alegremente dividendos cartón piedra, han pactado para subir precios y han encarecido de manera dolosa muchos mercados. A cambio de todo eso, su retribución media ha crecido desde el 2004 un 55,3% (datos para España de la CMNV) mientras que el poder adquisitivo de sus trabajadores, empleados a base de contratos basura, ha venido siendo cada vez menor.
Esta presunta ética es la que se ha venido vendiendo como la del triunfador en los últimos años, éste viene a ser el modelo para nuestros estudiantes universitarios que aspiran a dirigir empresas el día de mañana, el inmenso castillo en el aire cuyo peso sólo ha aparecido al derrumbarse. Pan ya de ayer, hambre para hoy, que hemos bendecido entre todos. Unos por acción, otros por omisión. Ahora esas compañías se enfrentan a la falta de liquidez y muchas de ellas observan cómo en sus cuentas sólo hay números, sin respaldo alguno. Ahora muchas, que fueron subcontratando sus propios servicios, vendiendo sus activos inmobiliarios se encuentran con que nada, salvo el dinero público, el contribuyente, puede respaldar sus necesidades. Ahora es cuando los trabajadores no tienen última trinchera en la que refugiarse, pues ya aceptaron instalarse en ella en una época de vacas engordadas con el clembuterol de la contabilidad imaginativa. Ahora hasta aquella última trinchera de contratos semanales por cuatro horas al día retribuidos a 500 euros resulta cara, y la expectativa es la cola del paro.
Y es ahora también cuando los Gobiernos de todo el Mundo se sacuden la bolsa intentando parar una hemorragia que sangra por las heridas a la cordura que ellos mismos permitieron. Pagaremos nosotros, con nuestros impuestos, con nuestros nuevos recortes laborales, con nuestros sacos rotos…pero yo me pregunto ¿El saco de los que han estado al frente de todo esto se va a romper también? ¿Se irán a la calle con sus millonarias indemnizaciones estos creadores del valor ficticio? ¿Su responsabilidad en el naufragio será premiada con nuevos empleos y contratos parecidos? ¿Encontrarán trabajo estos mediocres? ¿Lo encontraría Vd. después de contribuir a semejante desbarajuste? ¿Puede Vd. permitirse esos resbalones en su trabajo diario? ¿Pagaremos los ciudadanos errores que no son nuestros sin que se le exija ninguna responsabilidad a nadie más?
Déjenlo, no contesten.
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