domingo, 22 de octubre de 2017

AL OTRO LADO DE LA VENTANA







La última vez que te acompañé en el hospital te dieron una habitación en un bajo. Yo salía de vez en cuando a fumar y hablábamos por la ventana abierta, tú tumbada en la cama, yo fuera. Hace poco atravesaste otra ventana, una desde la que aún puedo hablarte, pero que pertenece a una habitación en la que ya no puedo entrar, ni dormir contigo. 

Tú fuiste la ventana desde la que empecé a ver el mundo, la que me regaló el privilegio de ser tu hijo, la que me enseñó cómo y por dónde empezar, la que me ofreció un paisaje que siempre se debía mirar desde el optimismo y el atrevimiento.

Eres la tierra que me parió, esa misma tierra a la que ahora has vuelto, y yo quisiera excavar a brazadas de amor para volver a verte. 

Amor eterno, e inolvidable.

Fuiste lo que me trajo y eres lo que ahora me llevo, lo que podré dejar el día que volvamos a estar juntos.



Eras cromos de la Pantera Rosa, tebeos de El Jabato, Tigretones, mi primera entrada para ver al Atleti, beso largo y mejilla agradecida. Refugio seguro, penitencia justa, confesionario siempre abierto y al final abrazo. Enormes ojos verdes, que a veces me miraban de una forma que jamás podré describir, pero no olvido, porque la magia no se puede contar, se siente, se vive y se disfruta. Risa abierta y sonora, ternura infinita y madre de una pieza.

Además guapa, tan guapa…

Fuiste tú quien me enseñó a no tener miedo, porque tú nunca lo tenías, y creo que ése es tu mayor regalo, el que yo más venero. Tú también, quien me animó a visitar el espejo de vez en cuando para comprobar si podía mirarme en él sin reparo. 

Mujer de una vez, siempre de cara, razones en mano. Pacifista que nunca rehuía una pelea cuando creía que “no quedaba sino batirse”, pero generosa al final para marcharse en paz con todo el mundo. ¡Qué lección tan grande!

Gladiadora incansable de los principios, luchadora del deber ser, matrona romana de raza secular. Semilla antigua, raíz firme y tallo hermoso, amante de las ramas. A veces zapatilla voladora. Pero también, en palabras de algún amigo mío, la primera “madre moderna” que conoció. 



Porque eras discos de vinilo, música a todas horas y “rock& roll” bailado en el salón. Fuiste Neil Diamond, Miguel Ríos, Brenda Lee, The Platters, Los Bravos y los Everly Brothers. Pero sobre todo Elvis…ése que cuando se fue dijiste que se había llevado tu juventud; afirmación falsa porque joven es quien siempre mira hacia adelante y planea para mañana, como tú hiciste hasta el último día. Quien no entiende emprender nada si no es con la ilusión de una niña, la que siempre estuvo en ti. Porque fuiste extrañamente capaz de ser madre y niña, adolescencia vivida con pasión cuatro veces: la tuya y la de tus tres hijos… supiste contarnos con maestría cómo afrontar el vértigo y disfrutar el camino de crecer.


 “De Madrid al Cielo”, literalmente. Cuesta de San Vicente, Plaza de España, Palacio Real, San Antonio de la Florida, Jardines de Sabatini, Jesús de Medinaceli, Plaza de la Cebada y Gran Vía. Ese Madrid habitaba en ti más de lo que tú habitabas en él, porque eras su aroma, una Cibeles montada en ese carro que siempre apuntaba a la vida, mataba las penas con el tridente de Neptuno y miraba más alto que el Edificio España. Tenías la luz de esta ciudad añeja que amabas, la misma luz del cielo de septiembre que te recibió la mañana que te marchaste.



Fuiste estribo de mis arranques de caballo y espuela de mis paradas de burro. Amparo cierto, consuelo infalible, mantel de alegrías, cocina de consejos y trastero de penas. Confidente frustrada cuando comenzó a asomarme el pelo en la cara y yo a guardarme algunas cosas, todas las que te voy a ir contando a partir de ahora. 

Siempre madre, siempre con la sabiduría de volver a hacer niño a un adulto. Como cuando yo te trataba de convencer de que vencerías al traicionero mal que te agarró, y tú me dabas la razón, a pesar de saber lo que había. Para que, otra vez, nada me expulsara de mis infantiles certezas, nada me despertara de ese pueril sueño que me contaba que eras invencible.



Y cuando corté la cuerda para salir del puerto, elegancia y generosidad de mujer grande que miró la vela marcharse con alegría, orgullo de una misión cumplida. Luego, sin soltar jamás el cabo, sin apagar la luz del faro, supiste abrir otra dársena que decía “abuela divertida”.

Combatiste enérgica contra esa garra negra que era más poderosa que tú, con esa actitud marca de la casa, porque siempre fuiste firme con el fuerte y tierna con el débil.

Y al final, cuando te tocó atravesar la nueva ventana, lo hiciste valerosa, genio y figura, oponiéndole esa mirada verde sin tapujos, aceptándola de frente, sin perderle la cara. En la certeza de haber estado aquí para hacer la vida, no para vivirla, legado de una deuda que no está hecha para ser pagada, sino transmitida.

Te querré siempre, madre, nunca te olvidaré. Y sé además que sigues estando ahí, al otro lado de la ventana.





2 comentarios:

  1. Me he quedado sin palabras de tan hermosas que son las tuyas pero quiero decirte algo: el mayor mérito de tu maravillosa madre fue tenerte y forjarte. Lástima no haberla conocido para haberle cantado un buen chótis.
    Me uno a tu dolor y lo comprendo.
    Efectivamente, la tendrás siempre, aunque no la veas porque la ventana siempre estará abierta.

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  2. ¿Cómo no quererte, hermano?
    ¿Cómo no querer a tu eterna madre?

    Sigue, hacia delante siempre, mirando al frente con alegría y firmeza. tras esa impagable trazada que ella marcó para ti, que como bien sabes es la tuya propia.

    Quiérete y quiere,

    Hasta pronto y hasta siempre
    Un abrazón de los nuestros
    Pepe

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