Ya era hora…
Por fin pude pasear por mi cielo de
siempre. El que me conoce, el que me habla de tú. Por fin pudimos vernos desde
donde mejor le escucho, desde mi asiento con vistas hacia adelante. Porque al
cielo nocturno le hablamos, pero el cielo de día nos habla a nosotros.
Es el cielo en el que te ves, porque con
su luz pintó quien eres y lo que hiciste. Un espejo que recoge tu imagen y
devuelve paisajes, voces y colores que sólo están en ese cielo.
El cielo de mi casa me recibió como lo
que es: sabio. Me dejó llegar desde arriba, bajar a mi antojo y llegar al suelo
para levantar la vista, para oír lo que tenía que contarme, y compartir
conmigo algunas cosas que yo aún no tenía claras.
Porque yo siempre supe por qué quería
venir, pero he tardado en saber por qué me iba. Siempre fui consciente de lo
que tiraba de mí, pero aún no podía ver lo que me empujaba. Sí sabía, mucho
antes de hacerlo, que quería probar otro cielo, pero no por qué quería dejar
aquél.
Y ya lo sé.
Mi relación con aquel cielo era parecida
a un matrimonio aburrido. Una situación de amor incondicional y verdadero en la
que ya ni aportas nada ni nada se te aporta. Un hastío al que se llega por
cansancio, desfondamiento y pérdida de la ilusión.
Cansancio por tener que aceptar que
ciertas cosas no cambian, sino empeoran, aunque sea poco a poco; desfondamiento
por tanto como se ha puesto, quizá sin dosificación (mea culpa) y pérdida de la ilusión por cada topetazo de humildad que te sienta de un golpe
para ponerte en tu sitio: el lugar de los que no están en situación de moldear
una realidad que les queda grande.
Por el camino…orgullo de haber intentado
siempre que todo se pareciera a lo que debería ser, aceptado el reto con
alegría y tenido la suerte de dormir con quien creía que hacías lo correcto,
porque también estaba en su credo, y por ello ha puesto en valor muchos momentos robados. Aunque quizá, quien
sabe, esa comunión inmaterial ha hecho más fuerte el vínculo.
Más cosas, claro que sí. Sonrisas de
aprobación, llamadas de reconocimiento, los abrazos sinceros (de otros, pocos, con daga
escondida hago sólo inventario) y la enorme e impagable satisfacción de mirarse
al espejo cada mañana con la plenitud de haber puesto una llama de coherencia a
los lares de tus principios el día anterior y la disposición a hacerlo otra
vez.
Mi España grande, la del mapa, y mi España
pequeña, la de las alas, no tienen un sitio para quien fue. No es raro, ocurre
en todas partes; es una silla que pierdes cuando decides irte a Sevilla, y no
lo lamento. No me quejo de la irrelevancia y el anonimato repentinos, en cierto
modo es un alivio, una liberación de algo que te abrasa cuando vas de pesca y
vuelves tantas veces con las manos vacías. Pero sí querría, por pedir… que en
mi cielo, en mi España del mapa y en la de las alas, tan parecidas, sepan que
fui sincero, entregado y di lo que tuve, como tantos!
Ocurre que cada uno es como es. Y yo no
acepto de buen grado que las cosas no sean como creo que deben ser. Es soberbia,
quizá, o falta de humildad…pero no lo puedo evitar.
Y eso me empuja, me empujó y me sigue
empujando ser incapaz de asumir que se usaran tablas rasas para equiparar
méritos inigualables, que se llamara a las cosas lo que no son, que la
mediocridad pudiera compartir espacio con la excelencia, que se dieran por
buenas mentiras, que mi España del mapa fuera un sitio en el que el miedo hizo
vivac, que mi España de las alas fuera depredada y se me echara la culpa. Me daba
de empellones un rebaño de ignorantes que aceptaban un titular de prensa sin
pararse a pensar que no tenía sentido, para participar gozosos en la caza del
disidente. Me asqueaban
los rugidos de la masa aterrada, luego valiente, que arremetía contra quienes
plantaban cara a quienes se podían mosquear y amargarnos la vida. No podía
soportar a los que tenían miedo a enfrentarse, y por terror, ponían la proa a
quienes sí lo hacíamos con el mantra de “acabaremos pagando todos”.
Me pareció que poco les importaba a muchos si vivir así era digno o no, sin querer asumir que quienes de verdad les esquilman no son otros que los que les azuzan contra el presunto enemigo. Que quienes tenían razón dieran todo por seguir pudiendo pagar los plazos de su plato de lentejas, que aceptaran tener lo que otros les dejaban tener a cambio de estar calladitos. Mansamente…
Me pareció que poco les importaba a muchos si vivir así era digno o no, sin querer asumir que quienes de verdad les esquilman no son otros que los que les azuzan contra el presunto enemigo. Que quienes tenían razón dieran todo por seguir pudiendo pagar los plazos de su plato de lentejas, que aceptaran tener lo que otros les dejaban tener a cambio de estar calladitos. Mansamente…
Me
rebelaba que, en mi España del mapa, confundiéramos revolución con poner todo
patas arriba sin sentido; que quienes rigieran nuestros destinos, ya sea por la
legitimidad de las urnas o la que parece otorgar el IBEX35, sólo tengan el
mérito de haber sabido arrimarse a la sombra de un buen árbol. Pero me
repateaba más aún que pudieran poner palabras a mucha mayor altura que lo que
su vulgaridad justifica.
Y,
de verdad, me parece muy bien que haya quien esté contento con este estado de
cosas, ya consolidado…pero yo no puedo, a mí me empuja y no me considero mejor
que nadie por ello. Sí es cierto que no es fácil dejar de ser como se es, y
ando buscando con qué rellenar el vacío que aún tengo y me pide guerra. Quizá
eso sea lo peor, buscar pelea otra vez y tener difícil dónde, aunque
quizá sea hora de encontrar algo distinto…
Por
el empecinamiento de que esto dejara de ser así no cambié antes de cielo. Y no
me arrepiento, quizá hubiera sido un acierto desde otros muchos puntos de
vista, pero es muy posible que en el pecado de la soberbia lleve la penitencia
de haber elegido echar un pulso condenado a perder. Da igual, sólo se vive una
vez, y aunque no haya tiempo para aprenderlo todo, creo que es preferible
quemarte en las equivocaciones de las que tu coherencia no puede escaparse, que
dejar crudo lo intragable.
Os
preguntaréis si todas estas cosas no ocurren en el sitio al que he venido.
Supongo que sí, en todas partes cuecen habas, pero a mí me dolían y me duelen
las que se cuecen en mi olla.
Y
aun a pesar de todo…hubo, y hay, muchas más cosas que tiraron de mí que las que
me empujaban. Y con más fuerza, porque lo bueno tira mucho más que lo malo, lo
alegre más que lo triste. Sobre todo cuando dejas de hablar a un cielo oscuro,
y aprendes a escuchar al cielo claro que te habla, al cielo de día.
Too much captain
ResponderEliminarSenior
¡Qué grande eres!, y cómo me gusta leerte. Un besazo desde aquí, debajo del cielo tuyo. Vuestro.
ResponderEliminarEnhorabuena, hermano, por lo hecho y por tu enorme pecho, y por continuar eligiendo asiento delante, en cielo y tierra.
ResponderEliminarTe cuento ahora algo que hasta este momento permanecía guardado detrás de mís corazas..
La mañana que yo me fui amanecí insomne, como tantas veces, me metí en la ducha armado de valor minutos antes de plasmar en papel una decisión igualmente inevitable y difícil, y lloré y lloré, lloré como nunca.
No podré olvidar cómo lloraba, mientras cruzaba por mente la pregunta "¿cuánto de lo que cae por mi cara es agua de la ducha y cuánto rios de lagrimas?" Una calma divina, que desde entonces a menudo me acompaña, apareció tras ese largo llanto, me afeité y, pleno, marché a mi encuentro con las firmas.
Desde entonces compartimos espejo, querido amigo mío y, seguramente, corrígeme si me equivoco, algo mucho más importante, la sensación de estar vivos.
¡Un fuerte abrazo, compañero!