lunes, 12 de octubre de 2015

EL 7 DE DICIEMBRE, Y TODOS LOS DEMÁS DÍAS







El 6 de Diciembre de 1978 España, el pueblo español en pleno, votó para darse una constitución. En la elaboración de ese texto participaron representantes de todos los partidos políticos, y para su redacción se dio audiencia a todas las instituciones que de alguna manera encarnaban intereses y sensibilidades representativas de los españoles. Entre esos partidos políticos estaban, por supuesto, los nacionalistas. 


Los nacionalistas colaboraron en la gestación de nuestra Ley Fundamental, aprobaron su contenido y dieron por bueno lo acordado.


Al día siguiente, el 7 de Diciembre,  sin tardar un minuto, aquellos que habían otorgado, de palabra y obra, su bendición a la Carta Magna…al día siguiente…declararon que ya no les valía, que era poco, que no satisfacía sus exigencias. 


Como si les hubiera madrugado la mañana, les royera los tobillos el cupo insaciable de la reivindicación y les quemara la fingida lealtad que jamás tuvieron, el 7 de Diciembre, declararon rota la baraja que se acababa de estrenar y de la que se les había repartido naipes a demanda.


Así fue aquel 7 de Diciembre y así han sido, desde entonces, todos los demás días. Un incesante ejercicio de traición mediante el sencillo mecanismo de acostarse firmando y levantarse a la mañana siguiente considerándolo insuficiente. Una estrategia de lloro constante en la que las únicas lágrimas dignas de respeto han sido las causadas en nombre de lo que defendían los traidores y sus amigos de las pistolas.


Porque no nos olvidemos: durante muchos años, los documentos de la demanda permanente se han escrito con sangre. Que jamás se borre de la memoria colectiva que ese inventado, absurdo, cursi, falso, hortera, inexistente y criminal derecho colectivo ha sido exigido con 1.000 muertos sobre la mesa. Que a nadie se le pase que a aquel iluminado de vocación tardía, a aquel padre de la traición del 7 de Diciembre, los años de plomo se le antojaron llanos para la petición delirante; se le hicieron tan deliciosos que llegó a presumir de cosechero de nueces caídas del árbol que meneaba la bomba lapa.


Yo no olvido. No puedo dejar de tener un lugar en la memoria para quienes enterraron a sus muertos en silencio y casi pidiendo perdón; ni para aquellos a los que el totalitarismo del pensamiento único echó de su tierra. Y me rebelo, me niego a aceptar que su sacrificio, su angustia, su miedo y en muchas ocasiones su humillación hayan sido en vano.


Guardo eterno agradecimiento a tantos como dieron la vida para que no triunfara un mal vestido de bonitos nombres. A las familias que vieron morir a los suyos en medio de una historia tan penosa como repetitiva, la de la fosa común de vidas y libertades que se produce cada vez que alguien apela al “derecho de un pueblo”. Porque parece mentira que no hayamos aprendido que en cuanto se invoca un derecho colectivo el aire siempre adopta aroma a gas de Auschwitz, que asesina libertades y en ocasiones vidas.


Total para que hoy, 36 Sietes de Diciembre después, los herederos de la traición primera, los albaceas del nauseabundo legado de 1978, declaren independencias unilaterales, ahoguen la libertad en inmersiones lingüísticas, insulten a quienes les damos de comer y proclamen con repugnante soltura su voluntad de no cumplir la ley que les dio el escaño.


Para que se sienten en el parlamento, y cobren de los impuestos de sus víctimas los nietos de los que mataban por la espalda a quienes nunca tuvieron huevos siquiera de hablar de frente. 


Porque a fin de cuentas es eso. Quien todavía crea que estos miserables con acta defiende otra cosa que no sea su bolsillo y vivir del cuento, está tremendamente equivocado. A estos mediocres de discurso tópico, frase hecha y argumento de bajo coste les importa una mierda Cataluña; se les da una higa el País Vasco. 


Lo único que esta piara de aprendices de Führer no puede permitirse es subirse a sus ridículos púlpitos y anunciar que los objetivos han sido cumplidos. Lo saben; saben que el día que dijeran eso tendrían que volverse a casa y tratar de ganarse la vida a la altura de su competencia profesional, lo que equivale a la indigencia. La bicicleta tiene que seguir andando, o se caerá, llevándose por delante despachos, coches oficiales y tarjetas de crédito. 


Y a eso le tienen terror.


Pánico, a que todo el montaje de más de 35 años se les caiga encima y lo único que quede sea un teclado en el que tener que redactar un currículum inexistente. 


No han llegado tan lejos para echar el freno ahora, no tendría sentido.


Carecerían de fundamento tantos años de manipular la historia, reinventar la fábula de Aitor, educar en el odio y la división, apartar al distinto, adoctrinar en las ikastolas, falsear las cuentas, enfrentar a la gente, adornar a los segadores con escarapelas que nunca lucieron, marginar el idioma de todos, quemar banderas, gastar lo que no tienen en referéndums y embajadas o trazar fronteras de nuevo cuño. 


No sería coherente con el esfuerzo de haber elaborado ideologías ramplonas para intelectos a la altura de la educación que se imparte tras ser transferida. De nada habían valido los “slogans” de baratillo que dieron de comer a tanta gente que tuvo la habilidad de colarse en una lista electoral; quedaría despojado de legitimidad tanto listo al que se le consintió que pagara la hipoteca con el dinero que venía de la nación a la que ha trabajado tanto por destruir.


No se puede ser traidor dos veces, no se puede ser traidor a los traidores, a los que el 7 de Diciembre de 1978, y desde entonces todos los demás días, han apuñalado la paz, la convivencia, la libertad, la prosperidad y hasta  la vida.


Mientras lo consintamos, claro.










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