El 6 de Diciembre de 1978 España,
el pueblo español en pleno, votó para darse una constitución. En la elaboración
de ese texto participaron representantes de todos los partidos políticos, y
para su redacción se dio audiencia a todas las instituciones que de alguna
manera encarnaban intereses y sensibilidades representativas de los españoles.
Entre esos partidos políticos estaban, por supuesto, los nacionalistas.
Los nacionalistas colaboraron en
la gestación de nuestra Ley Fundamental, aprobaron su contenido y dieron por
bueno lo acordado.
Al día siguiente, el 7 de
Diciembre, sin tardar un minuto,
aquellos que habían otorgado, de palabra y obra, su bendición a la Carta
Magna…al día siguiente…declararon que ya no les valía, que era poco, que no
satisfacía sus exigencias.
Como si les hubiera madrugado la
mañana, les royera los tobillos el cupo insaciable de la reivindicación y les
quemara la fingida lealtad que jamás tuvieron, el 7 de Diciembre, declararon
rota la baraja que se acababa de estrenar y de la que se les había repartido naipes a demanda.
Así fue aquel 7 de Diciembre y así
han sido, desde entonces, todos los demás días. Un incesante ejercicio de
traición mediante el sencillo mecanismo de acostarse firmando y levantarse a la
mañana siguiente considerándolo insuficiente. Una estrategia de lloro constante
en la que las únicas lágrimas dignas de respeto han sido las causadas en nombre
de lo que defendían los traidores y sus amigos de las pistolas.
Porque no nos olvidemos: durante
muchos años, los documentos de la demanda permanente se han escrito con sangre.
Que jamás se borre de la memoria colectiva que ese inventado, absurdo, cursi,
falso, hortera, inexistente y criminal derecho colectivo ha sido exigido con
1.000 muertos sobre la mesa. Que a nadie se le pase que a aquel iluminado de vocación
tardía, a aquel padre de la traición del 7 de Diciembre, los años de plomo se
le antojaron llanos para la petición delirante; se le hicieron tan deliciosos
que llegó a presumir de cosechero de nueces caídas del árbol que meneaba la
bomba lapa.
Yo no olvido. No puedo dejar de
tener un lugar en la memoria para quienes enterraron a sus muertos en silencio
y casi pidiendo perdón; ni para aquellos a los que el totalitarismo del
pensamiento único echó de su tierra. Y me rebelo, me niego a aceptar que su
sacrificio, su angustia, su miedo y en muchas ocasiones su humillación hayan
sido en vano.
Guardo eterno agradecimiento a tantos
como dieron la vida para que no triunfara un mal vestido de bonitos nombres. A
las familias que vieron morir a los suyos en medio de una historia tan penosa
como repetitiva, la de la fosa común de vidas y libertades que se produce cada
vez que alguien apela al “derecho de un pueblo”. Porque parece mentira que no
hayamos aprendido que en cuanto se invoca un derecho colectivo el aire siempre
adopta aroma a gas de Auschwitz, que asesina libertades
y en ocasiones vidas.
Total para que hoy, 36
Sietes de Diciembre después, los herederos de la traición primera, los albaceas
del nauseabundo legado de 1978, declaren independencias unilaterales, ahoguen
la libertad en inmersiones lingüísticas, insulten a quienes les damos de comer
y proclamen con repugnante soltura su voluntad de no cumplir la ley que les dio
el escaño.
Para que se sienten en
el parlamento, y cobren de los impuestos de sus víctimas los nietos de los que
mataban por la espalda a quienes nunca tuvieron huevos siquiera de hablar de
frente.
Porque a fin de
cuentas es eso. Quien todavía crea que estos miserables con acta defiende otra
cosa que no sea su bolsillo y vivir del cuento, está tremendamente equivocado.
A estos mediocres de discurso tópico, frase hecha y argumento de bajo coste les
importa una mierda Cataluña; se les da una higa el País Vasco.
Lo único que esta
piara de aprendices de Führer
no puede permitirse es subirse a sus ridículos púlpitos y anunciar que los
objetivos han sido cumplidos. Lo saben; saben que el día que dijeran eso
tendrían que volverse a casa y tratar de ganarse la vida a la altura de su
competencia profesional, lo que equivale a la indigencia. La bicicleta tiene
que seguir andando, o se caerá, llevándose por delante despachos, coches
oficiales y tarjetas de crédito.
Y
a eso le tienen terror.
Pánico,
a que todo el montaje de más de 35 años se les caiga encima y lo único que
quede sea un teclado en el que tener que redactar un currículum inexistente.
No
han llegado tan lejos para echar el freno ahora, no tendría sentido.
Carecerían
de fundamento tantos años de manipular la historia, reinventar la fábula de
Aitor, educar en el odio y la división, apartar al distinto, adoctrinar en las
ikastolas, falsear las cuentas, enfrentar a la gente, adornar a los segadores con
escarapelas que nunca lucieron, marginar el idioma de todos, quemar banderas,
gastar lo que no tienen en referéndums y embajadas o trazar fronteras de nuevo
cuño.
No
sería coherente con el esfuerzo de haber elaborado ideologías ramplonas para intelectos
a la altura de la educación que se imparte tras ser transferida. De nada habían
valido los “slogans” de baratillo que dieron de comer a tanta gente que tuvo la
habilidad de colarse en una lista electoral; quedaría despojado de legitimidad tanto listo al que se le consintió que
pagara la hipoteca con el dinero que venía de la nación a la que ha trabajado
tanto por destruir.
No
se puede ser traidor dos veces, no se puede ser traidor a los traidores, a los
que el 7 de Diciembre de 1978, y desde entonces todos los demás días, han
apuñalado la paz, la convivencia, la libertad, la prosperidad y hasta la vida.
Mientras
lo consintamos, claro.
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