Es cierto, este país da pena. Dan pena los
llantos, los semblantes decaídos, las conversaciones desconsoladas y el
rechinar de dientes de los pocos que tienen el cuajo de levantar la cabeza y
echar un vistazo al futuro.
Nos han herido de muerte, respiramos por la
herida, estamos esquilmados material y personalmente. Todos nos sentimos
víctimas de un engaño cruel del que no niego que en su día fuéramos gustosa
parte, pero cuyo despertar ha traído una factura que nunca mereció la
ingenuidad. Somos, dicen, víctimas de haber vivido por encima de nuestras
posibilidades. Aunque posiblemente lo que ocurrió es que nos han sometido a un
histórico timo quienes siempre han tenido posibilidades por encima del tiempo
que pueden llegar a vivir.
Yo trabajo en Iberia, así que qué les voy a
contar que ya no sepan. Ahora mismo esta empresa no es más que otra sucursal de
la tristeza que ha abierto franquicia en España.
Pero no me resigno, me niego a hacerlo. Y no lo
hago mientras confieso que me gustaría poder mirar a la cara a todos los
trabajadores de Iberia para decirles que no hay por qué aceptar lo inaceptable.
Y sé que ellos tampoco se van a encoger.
Llevamos años dando la vida por Iberia,
trabajando en días libres, admitiendo congelaciones en nuestros salarios,
aumentando gratis nuestras horas de trabajo, poniendo nuestra palada de arena
para que las cuentas de Iberia miren cara al Norte con nuestra dedicación e
ilusión. Y consiguiéndolo. Hemos tenido que oír toda suerte de mentiras sobre
nuestras condiciones laborales, justificaciones mediocres a nuestra situación y
vulgares argumentos subvencionados por parte de quienes opinan de todo y no
saben de nada.
Da lo mismo, no nos vamos a rendir. Y no sólo
no vamos a agachar la cabeza, es que vamos a ser ejemplo.
Podríamos aceptar que quienes sólo persiguen
escalar puestos en su vomitiva feria de vanidades, nos echen en la fosa común
de este holocausto laboral que se paga con “bonus”. Podemos tener el dudoso
orgullo de ser la cabeza con más puntas, exhibidos por estos cazadores de
ilusiones y asesinos de futuro en esa sala de trofeos que rivaliza con la de
sus amigos.
Pero no vamos a hacer eso. Lo que vamos a hacer
es plantarnos en medio del escenario, pedir a gritos que se levante el telón y
demostrar a los españoles que tener razón es motivo suficiente para plantar
cara, y además ganar.
Vamos a demostrar a esta nación desmotivada,
llenita de caras tristes y miradas negras como la pez, que no existe razón
alguna para ser el daño colateral de ningún pelotazo empresarial. España
necesita ilusión, nosotros la tenemos, y la ofrecemos a manos llenas. España no
tiene por qué seguir siendo un desierto de esperanza en el que añoremos los
tiempos en que podíamos pedir a la virgencita quedarnos como estábamos.
No, España puede tener un referente, los
trabajadores de Iberia, que con la Ley en la mano, la legitimidad como palanca
y la confianza en nuestra empresa, vamos a poner en la calle cosas
tremendamente justas, pero inexplicablemente relegadas al cuarto de los trastos
viejos.
Los españoles han de saber que es posible una
Iberia grande, pero también una España con futuro, un barco con velas gigantes,
desde la lealtad, el respeto a los acuerdos, la negociación sincera y sin
trampas, la ofrenda de sacrificio, la contrapartida que reclama la Justicia y
la exigencia sin complejos del porvenir que por elemental equidad merecemos
todos. Todos y cada uno de los españoles que, sin escatimar nada, siempre hemos
tenido como horizonte vital la búsqueda de nuestra propia felicidad, y no hemos
escondido jamás la bolsa de esfuerzo que financie el órdago de nuestros
deseos.
A todos nuestros compatriotas que se sienten
engañados, que han visto a tanto listo poner su dedicación honrada en el zoco
de las cosas fungibles, les quiero decir que no hay por qué tirarse de los
pelos, ni llorar lágrimas de impotencia, sino secarse los ojos, enfocarlos a
los trabajadores de Iberia y tomar ejemplo, el ejemplo que vamos a dar.
No va a haber complejos, porque nadie puede señalarnos
por otra cosa que no sea habernos dejado los riñones. Me importa un pito lo que
digan, las mentiras sobre mi sueldo, los tertulianos a tanto alzado, los
columnistas agradecidos y el “sursum corda”.
No voy a pedir perdón por haber logrado mi sueño
profesional y exigir algo tan básico como el futuro por el que mis
compañeros y yo venimos haciendo oposiciones de entrega tanto tiempo. No vamos a
permitir que un remedo cutre de Francis Drake, con artilleros españoles, se
lleve en la bodega de ese barco suyo sin gloria todo lo que los trabajadores de
Iberia y el resto de los españoles levantamos con tanto esfuerzo, para ponerlo
a los pies de Su Graciosa Majestad. De ninguna manera.
Quiero que los españoles sepan que no hay
situación, por calamitosa que sea, que no pueda revertirse, y por eso les
invito a que nos miren, a que se fijen en los trabajadores de Iberia, a que
vean que con nuestro trabajo, nuestra pelea por lo justo y la misma ilusión del
día en que firmamos nuestro contrato, podemos devolver las cosas a su sitio. Y
las cosas se llaman Iberia y España.
España puede salir de ésta, a poco que haya
quien nos ponga en marcha, desde el momento en que nos permitan jugar sin
trampas, porque los españoles llevamos cartas, las de la ilusión, la honradez y
la disposición. Y los trabajadores de
Iberia vamos a dar ejemplo.
¿Qué? ¿Qué no?
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