"LO QUE HACEMOS EN ESTA VIDA...
De verdad tendrá eco en la Eternidad lo que hacemos en esta vida?
Yo me inclino porque sí, lo tiene.
Claro....es posible que sea necesario creer que hay tal Eternidad; pero quizá no sea imprescindible.
Aquellos que no crean que existe, no negarán que todos dejamos un
legado; que el carácter y la naturaleza de los que nos suceden se ve
condicionado por cómo seamos nosotros y lo que hagamos. Por eso, de
alguna manera, lo que hacemos nos trasciende, tiñe lo que ya no veremos,
y por tanto...¡tiene su eco en la Eternidad!
Es quizá una de
nuestras mayores responsabilidades como seres humanos: aquello tan
manido de dejar un mundo mejor que el que recibimos.
Lo que
nos toca ahora no nos hace distintos a tantos otros, y menos aún en la
actualidad de los tiempos tan perros que vivimos. No somos especiales,
no es nuevo lo que nos ocurre! Es más, hace poco leí que en el año 1909
se alcanzó un curioso equilibrio: la gente viva en aquel preciso momento
equivalía al total de la que había vivido desde que el “homo sapiens
sapiens”apareció en la Tierra, hace unos 200.000 años.
Desconozco si eso es cierto (seguramente no lo sea) pero sí sé que el
crecimiento de la población mundial nos hace cada vez menos exclusivos,
más comunes, más repetibles...aunque ¡ojo! cada uno de nosotros somos
únicos, y somos originales. Eso, implica que cada uno tiene, o debe
tener, desde su propia moral, el respeto a sí mismo, a lo que ha
heredado y su sagrada individualidad, el deber de mirarse y la
obligación de saber qué situaciones le brinda la vida para obrar más
allá del puro egoísmo personal y, a su manera y dentro de sus
limitaciones, hacer algo que tenga eco en la Eternidad.
Nosotros tenemos una, hoy. Y quizá esté simplificando, pero creo que es
tremendamente sencillo: cuando alguno de mis hijos me pregunte por qué
hago lo que hago, sólo tendré que decirle la verdad. Cuándo los que nos
están haciendo esto reciban la misma pregunta de sus hijos, se tendrán
que inventar una respuesta, una respuesta de mierda, por otra parte.
Esto que nos está ocurriendo va mucho más allá de que seamos 3.000,
4.000 ó 5.000 los despedidos. Va de algo tan sencillo como plantar cara a cosas a las que directamente no hay derecho, y cualquiera que se vista
por los pies tiene el deber de no tolerar, en la medida de sus
posibilidades, que se haga.
No hay el menor derecho a que un
atajo de ventajistas venga a desmantelar una empresa con 85 años de
historia y se cisque en el esfuerzo, dedicación y ilusión de tanta gente
por una bolsa, por algo que sólo se le puede explicar a un hijo
contándole una falacia.
No hay derecho a que un plan de quien
maneja vidas y haciendas como quien juega con el barco de Playmobil,
venga a negar el futuro de tanta gente buena, que lo único que quiere es
trabajar en paz. No lo hay, porque éstos que utilizan a esa gente, sus
familias y su bien ganado bienestar no son más que un montón de basura
cuyos manejos inmorales no pueden tener su eco en la Eternidad. Me niego
a que lo tenga.
Me tocan la entrepierna expresiones que son
como rameras, y que suenan a “contención de costes”, “puesta en valor”,
“salarios de mercado” y tantos otros inventos de los adronadores de
mugre; me voy a oponer con todas mis fuerzas a que este tipo de furcias
semánticas vayan a ser medida de buen hacer para el mundo que vivan mis
hijos. Y lo voy a hacer en aquello a lo que alcanzo, pero lo voy a
hacer.
No puedo quedarme parado viendo como triunfa la
mediocridad. Lleva esta sociedad largo tiempo confundiendo muchas cosas,
demasiado tiempo construyendo un entramado que sólo es un trampolín
para mediocres y cuya única bendición son los marchamos de presuntas
Escuelas de presuntos Negocios. No hay nada de mérito en todo esto. No
lo hay en recortar y llamarle gestionar, no lo hay en financiar con la
desgracia de los demás un modo de vida excesivo, insultante y
surrealista. No tiene el menor valor poner la mano a cambio de permitir
que otros hagan mientras se mira para otro lado. No se puede cobrar por
eso.
No debemos permitir que, hinchando las velas de un barco
que navega en la inmundicia, el viento de esa mediocridad aproveche a
profesionales grises para navegar al sitio al que un día no pudieron
acceder precisamente por eso, por mediocres. No pienso quedarme parado
mientras haya gente que, teniendo ya un empleo, venga a quitarme el que
no pudo arrebatarme en un proceso de selección, y trate de colarse por
la puerta de la ignominia en el lugar que yo gané. Esos acomplejados,
tienen un problema: ya no pueden esconderse en excusas para incautos, y
yo voy a por ellos, a por sus guarras pretensiones, a por su egocéntrica
voluntad de que triunfe lo peor, y a por sus estúpidas justificaciones.
No tiene la menor complicación: se trata de que el mal no gane, es así de fácil.
No voy a negar que está en juego Iberia, que lo está la riqueza de
España, nuestro futuro y el de nuestras familias. Pero no miremos para
otro lado: hay más cosas en la mesa, y sólo por lo que va en el envite
creo que es necesario que nos comprometamos a ganar la apuesta, el
órdago de la Eternidad.
Tiempo habrá para cada cual de
priorizar miras personales, de guardar la viña, pero que no sea por
miedo. Yo no tengo miedo, no tengáis miedo. Y mientras llega ese momento,
no veo justificación alguna para que no estemos a la altura.
Lo que le hagan a cualquiera de nosotros lo hará el mal y por ello, nos
estará retando a todos a ser él quien tenga su eco en la Eternidad,
borrando y anulando todo lo bueno que a nosotros nos corresponde
procurar. Por ahí no vamos a pasar. Ni de coña.
Ninguno de
ellos va a prevalecer si tenemos claro qué es lo que está en juego. Ni
vendepatrias, ni cabezas con el pelo pegado a base de la mugre que les
es propia, ni expertos en buscar la trampa de la Ley, ni desguazadores
vestidos de gris marengo, ni cazadores de ilusiones a sueldo van a
conseguir echar su carga de porquería sobre nosotros, porque nosotros lo
vamos a impedir.
A estas alturas, ganar es eso: que no se salgan con la suya.
Y cuando lo hayamos conseguido, vendrán los frutos. Y lo que es más
importante: seremos nosotros, por nuestras acciones, los que tengamos
eco en la Eternidad. No ellos.
Buenas noches,
ResponderEliminarGracias por tus reflexiones y por tus formas para pasarlas a negro sobre blanco.
Un abraz,
Pepón
p.d.: Te llamo pronto, la historia se repite, se llama convergencia evolutiva. Seguro que nos puedes ayudar.