NOCHE 2- El Alma Sin Medias Suelas
Recibir visitas forma parte del sueño.
Para cualquier expatriado resulta muy
especial poder introducir en su nueva aventura a quienes formaron parte de la
anterior, aunque sea por unos días. No es exhibicionismo, ni venta “in situ” y
por píldoras de la nueva experiencia, sino integración. Es la mezcla temporal
de lo nuevo y estrenado con lo querido y tantas veces puesto sobre los hombros.
Es hacer tan cercano a lo familiar como a lo que se anhela y está por venir. Echar
mano de una pieza del puzzle que descansa en la mesa de ayer y comprobar lo
bien que encaja en el que hemos puesto sobre la nueva.
Algunas de esas piezas antiguas son
piezas maestras. Lo son por tanto sentido como dieron a la foto completa, porque
en torno a ellas giran ramas sin las que la composición no sería nada, y porque
derraman un cariño cuyo color nunca ha desaparecido de las siguientes.
Pablo, mi compañero del colegio, mi amigo
de la adolescencia, es una de esas piezas. Y Pablo vino a vernos a Dubai. Lo
hizo con su familia, con su puzzle en la mochila, en el que también hay piezas
que llevan mi cara, mi santo y mi seña.
Lo cierto es que la verdadera obra de un
ser humano es su vida, y en ese principio de libertad se funda lo único que, a
efectos prácticos, nos hace a todos iguales. En esa realidad se acaba la
igualdad. Con una mayor o menor amplitud de opciones, todos tenemos un mandato
de comandantes y artistas de lo que queramos ser. No somos lanzados a la vida para
vivirla, sino para hacerla, desde el día en que venimos hasta el día en que nos
vamos.
Por eso resulta tremendamente curioso que
dos personas tan extraordinariamente distintas en el método estén dando a luz
obras tan asombrosamente iguales. La amistad de Pablo y Oscar siempre fue
contradictoria, escéptica en sus pareceres y necesariamente a gritos entre
caminos mentales que discurrían tan lejanos. Y sin embargo, tan cercana.
Todo el que nos conociera bien se
preguntaba cómo podían tener dos personas tan diferentes semejante grado de
complicidad, cómo podían ser tan amigos quienes, aparentemente, no pensaban lo
mismo en nada. Cómo casaba la flema y el método de Pablo con la febril
hiperactividad de Oscar; la reactividad rabiosa de éste con el cartesiano
análisis de aquél. La vehemencia insolente del bajito, con la seguridad que
seducía del alto. Complementariedad, diría el amante de los tópicos, y se
equivocaría, porque las personas sólo somos piezas del puzzle ajeno, que nunca
es otra persona. El puzzle no es nadie, es la vida. Y ahí está la respuesta: en
la obra, en la vida. Ahí reside el porqué de que dos seres tan diversos puedan
estar tan unidos.
Yo ya lo he comprendido, y ha sido aquí,
en el lugar en el que algunas Noches entre las Mil y Una me vienen dando la
clarividencia para entender muchas cosas que es posible que sólo se comprendan
desde la perspectiva de la distancia y el tiempo.
La obra, la vida, esa es la clave.
Porque los colores de los cuadros no
hacen tan distintos a unos de otros cuando lo que se pinta es tan parecido. Y
Pablo se ve en mi pintura, como a mí se me podría reconocer en la suya.
Los dos supimos siempre cómo era el mundo
que nos queríamos comer, y seguimos dando bocados. Ninguno ha dejado de estar
enamorado de la rebeldía, cada cual con un objeto distinto, y a ella la seguimos
rezando todas las noches, rogando que a la mañana siguiente vuelva a aparecer
en el espejo.
Ni a Pablo ni a mí jamás nos amargó un
dulce, pero nunca hicimos de los pasteles nuestra ambición vital, ni nos tentó
acabar de maestros reposteros. Más bien siempre estuvimos intrigados sobre las
razones que había para que algunos pudieran atiborrarse de azúcar, y aumentar
su colesterol de maldad, mientras otros sólo podían mirarlos desde el escaparate;
o por qué estos últimos, que raramente probaban bocado, también podían convertirse
en malos.
Ahora sabemos los dos que al final, nuestra
obra discurría por caminos lejanos pero que tenían un mismo norte, y en cuyo
tránsito estaba, como estación innegociable, entregar a este inmenso teatro
otras obras que ya empiezan a caminar por sí solas.
Lo sabes. Lo sabes cuando ves a Pablo en
sus hijos. Y él lo sabe cuando me ve en
los míos. Cuando contemplas a cinco chavales que prácticamente no se conocen de
nada y compruebas incrédulo lo bien que se llevan.
Y es entonces cuando te llega la música
de una canción que ya has oído y en cuya letra se dice que siempre hubo gente
distinta que en realidad era la misma. Y cierras los ojos, y quieres pensar que
en el concierto que a todos nos obliga a dar la vida, estos chicos tocarán
melodías de bondad, coherencia y principios; pero sobre todo siempre sabrán reconocer
a los suyos y dedicarles un tema.
Por eso, el brillo de los ojos no es el
mismo que hace treinta años, pero su capacidad de entenderse no ha cambiado, la
potencia comunicadora de los gestos tampoco, ni las pequeñas señales que te dicen que
somos los mismos. En otro sitio y en otro tiempo, pero los mismos.
Y te sientes feliz, cuando se hace
patente que esa fábrica de óxido que es el tiempo, esos treinta años, han
cambiado mucho a las cosas, pero no tanto a algunas personas. Porque han sabido
entender al tiempo como el motor que alimenta su obra, hacerla seguir adelante,
adornarla, saltar sobre sus frustraciones, aceptar los errores, esquivar sus tentaciones, encajar
sus bofetadas, celebrar sus hitos y hasta reír sus gracias, para continuar siendo
su protagonista y poder presumir de seguir teniendo, como dice la canción “el
alma sin medias suelas”.
*Para un diario detallado de la visita, el blog de Pablo. Cada una de las entradas de su blog representa un día de la estancia en Dubai con su familia. Nuestro tótem musical fueron siempre Simon & Garfunkel, y cada una de las entradas de Pablo tiene como título el fragmento de alguna canción de ellos que viene al caso de lo que hicimos cada día.
El título de ésta, "El Alma Sin Medias Suelas" se encuentra en otra canción de Joan Manuel Serrat, otro de nuestros ídolos, titulada "Decir Amigo", y que recomiendo escuchar.
El blog de Pablo, aquí
¡Qué envidia! se ve que habéis disfrutado como en los viejos tiempos.
ResponderEliminarPues lo cieto es que sí, lo hemos pasado muy bien. Y como digo, nos encanta recibir visitas, así que ya sabes! Un abrazo.
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