PRÓLOGO. Noche del 1 de Noviembre de 2014.
Hace
ya algo más
de un año que cogí un avión hacia una vida nueva. Un viaje en el que nos
embarcamos mi familia y yo con la esperanza de mejorar. Mejorar en todos los
sentidos, guiados por algo tan bello como eso que dice la Constitución de los
Estados Unidos: “El derecho de cada hombre de buscar su propia felicidad”.
Nunca creímos que la felicidad
tuviera localización geográfica, porque no la tiene, pero sí pensamos que está
en la aceptación de nuevos retos, sobre todo cuando eres tú mismo el que te los
impones. En el silbido, descarado y desafiante, a vivencias de estreno, en la
puesta a prueba de la propia capacidad de adaptación, en entender el cambio
como crecimiento o en el paso firme hacia el encuentro con lo ajeno en un
camino de enriquecimiento.
Nos fuimos, pero nunca huimos de
España. No existía entonces, ni existe hoy, ninguna razón que nos obligara a
dar la vuelta a nuestra vida como a un calcetín. Nada ni nadie nos puso ante la
perspectiva de irnos como mal menor; venir aquí fue la consecuencia de querer
más, no de escapar de menos.
Si no vinimos antes fue
precisamente, y por paradójico que parezca, por las mismas razones que desde un punto de
vista simple, podrían habernos empujado a marcharnos. Esto último quizá sea
difícil de entender… a lo mejor también os lo cuento algún día.
España, su concepto general y
nuestra particular España, están en nosotros tan vivas como siempre. Estamos en
Dubai, pero vivimos España, sonamos a España y somos España. Nos vinimos con el
convencimiento de que ser España fuera de ella era una forma diferente de ser
españoles, que merecía la pena.
No voy a caer en la fácil
tentación de pintar nuestra vida aquí como algo maravilloso y sin tacha, no
quiero mentir. Quiero contar la verdad. Jamás me preocupó demasiado lo que
dijeran o pensaran de mí, quien me conoce bien lo sabe. Sólo he considerado
categoría a las cosas que tenían el valor de quienes las decían, y nunca alcé a
ese estado nada que no se me dijera a mí personalmente, con sana intención y por
parte de quien de verdad me quiere.
Por eso, ni me daña la opinión
oscura, ni me apunto a deslumbrar.
No, no me hacen daño quienes, habitantes
de una piel en la que yo no podría vivir, porque sinceramente no quepo, se
sonríen cuando escuchan que mi viaje, y el de otros, está lleno de malos momentos,
angustias y desengaños; tampoco me dañan cuando es su voz la que inventa la
presunta zozobra, la aumenta, la corrige o simplemente la esparce. No voy a
desmentir falsedades, no les daré ese gusto; aunque quizá su placer esté en
creerlas. Suerte!
Tampoco me apunto a ponerme
en un escaparate en el que tan sólo aparezcan trapos caros y de marca. No lo
necesito. No hay razón de bien para tratar de deslumbrar a nadie con la parte
glamourosa del armario, porque mi vestidor de aquí es como el que allí tenía:
de todo un poco, bueno, buenísimo y regular, pero distinto. Y porque además, abrir
la puerta para enseñar sólo los tiros largos sería tanto como dar la razón a
quienes están encantados pensando y contando que desde que me fui estoy todo el
día en chanclas.
Os hablaré de mí, y de nosotros. Me
sentaré delante del teclado algunas noches entre las mil y una para contaros
cosas, cuya sustancia son vivencias y cuya forma es personal, hasta donde lo personal
puede llegar a mostrarse.
Os contaré lo que ha supuesto y
supone haber hecho maletas de esperanza y, en ocasiones ver cómo algunas cosas
que traías en ellas eran equivocadas. Os contaré como vino de sucia alguna ropa
que ahora parece recién comprada. O cómo dos adolescentes son capaces de empezar
a ser valientes, disfrutando con responsabilidad de adultos y entusiasmo e
ilusión de niños, de una indumentaria nueva que es un vestido que crece con
ellos.
Os contaré lo pequeño que se le está
quedando el traje a ella, por lo enorme de su humanidad y la velocidad a la que
las costuras amenazan con romperse.
Os contaré, porque siempre he
contado, porque nunca me he resistido a hacerlo, me puede, y además hace mucho
que no cuento nada.
Os relataré cómo vivo, cómo
vivimos, algunas noches en el sitio del que dicen que mil de ellas son pocas, y
una más puede ser mágica.
Y también, que creo que a la magia le pasa lo que a la felicidad, que no está en ningún sitio y puede estar en todos, porque vive dentro de nosotros, en cualquier lugar al que vayas con la innegociable intención de hacerla un hueco, siempre que seas capaz de plantarla donde estés tú, aunque tengas la osadía de arrancarla de donde vivía.
Y también, que creo que a la magia le pasa lo que a la felicidad, que no está en ningún sitio y puede estar en todos, porque vive dentro de nosotros, en cualquier lugar al que vayas con la innegociable intención de hacerla un hueco, siempre que seas capaz de plantarla donde estés tú, aunque tengas la osadía de arrancarla de donde vivía.
Me llenan de emoción tus palabras! Un fuerte abrazo amigo mío!
ResponderEliminarY a mí que las comentes!
EliminarUn abrazo y ya sabes dónde está tu casa.
Oscar, cariño, me ha encantado! Sigue escribiendo, por favor, porque te leo y me siento parte de lo vuestro, como si estuviéramos enfundados en el mismo traje de ilusión y esperanza. Un abrazo muy fuerte para los cuatro. Asunta
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