Hace unos días habría cumplido 81 años. El blanco sureño con voz de negro, la pelvis revolucionaria que sacudió el Mundo al compás de una voz tan profunda como la América en la que nació.
Tupelo, Mississippi, no tiene la pinta de ser un lugar donde proliferen los sueños hechos realidad. Sorteando camionetas que levantan tolvaneras de polvo y el local social donde los blancos se tripean la decimoquinta cerveza, la vida pasa entre carambola de billar, sermón del pastor y charla con el sheriff mientras se corta el pelo a tu lado. América caníbal, latifundio de rancho insondable en el que un rebaño de currantes se gana la vida a golpe de madrugón, desafiando a esa tierra hostil de la que nos habla Bruce Springsteen en “This Hard Land”.
Allí empezó todo, cuando un camionero que cantaba bien decidió plantarse en las oficinas de “Sun Records” y grabar una canción a su madre como regalo de cumpleaños. “My Happiness” se titulaba aquel tema, premonitorio precusor de la felicidad de Gladys Presley, de Elvis y de miles de millones que jamás podrán escapar a la influencia que “El Rey” tuvo en sus vidas. La sonrisa de Elvis las cautivó a ellas, sus canciones nos embrujan a todos.
Elvis vive, su mito, su voz, su imagen y su legado se resisten a morir a la manera que lo hace la vida en Mississippi, instalada en el reto de una voluntad indomable de subsistir y abrirse camino en la tierra cuarteada y el fango de la orilla del río.
Primero fue la cadera convulsa, el frenesí espasmódico de pies a cabeza, única manera de desviar la atención del milagro de su voz. Pero no fue sólo eso; Elvis era tan capaz de poner en marcha en tiempo récord el seísmo del bailoteo, como de articular baladas inolvidables, canciones que enamoraban y dejaban adivinar que el torrente de su garganta era una bestia contenida, domada por un superdotado.
En el camino, números uno a tutiplén, mili en Alemania, películas malas, góspel de piel blanca, conciertos por satélite desde Hawaii, besos de tornillo a las chicas de la primera fila, humor incansable, sonrisa eterna, espectáculo garantizado, trajes horteras, kilos de más y siempre la magia de un hombre singular, icono indiscutible del siglo XX.
En la parte final, “Viva las Vegas”, canción y santuario. Allí muchos privilegiados maldecían su suerte cada vez que salía el doble cero, inconscientes de que a sólo unos metros, sobre el escenario, se encontraba el prodigio que la bola de la ruleta se negaba a regalarles. Más tarde, la maldición sería contra ellos mismos, por haber dilapidado con el “croupier” el tiempo que el destino había tasado para Elvis.
Un día, ese destino vino con la factura de una muerte cutre, agazapada en un retrete y cargadita de pirulas. Un adiós miserable que desenfocaba la gloria y hacía añicos el cuadro, sorprendió a todos, se llevó la juventud de muchos y dejó paso al mito. Para la mayoría se iba el fenómeno, para sus cercanos, “el hombre más bueno que he conocido”.
Patillones de hacha, muñecos en los coches, tupés kilométricos, frikis, imitadores, pósters en medio Mundo…dan cuenta, aún hoy, de un fenómeno al que nunca hicieron sombra otros, ni siquiera monstruos como los Beatles o los Rolling, reducidos a la categoría de chicos coetáneos y alternativa nunca consolidada mientras Elvis tuvo fuelle.
Elvis, que estás en el cielo, cántanos algo.
Bien dicho (escrito), Óscar. Y eso que uno ha sido más de Johnny Cash que de Elvis, pero sabe reconocer la grandeza de la Música donde la hubo, pues apenas la hay ya (salvo el Boss, el trovador Elliot Murphy, Neil Diamond y alguno más). Por cierto, ambos (Elvis y Cash) muy unidos por sus orígenes paupérrimos (Cash en el algodón) y musicales (esas giras impagables de Elvis, Cash, Jerry Lee Lewis y Roy Orbison, todos hacinados en el Cadillac, de pueblacho en pueblacho).
ResponderEliminarMi suerte, querido Óscar, es que Johnny Cash vivió unos cuantos años más que el Rey, y ya anciano nos dejó la mejor música de su vida (los American Recordings); ojalá Elvis hubiera llegado a los 80 tacos y hubiera caído en las manos de Rick Rubin, como Cash y Diamond: ¿te imaginas el legado póstumo que nos habría dejado?
¡Ay, lástima que ya no quedan emisoras como la de tu colega Ángel Álvarez! Ese Vuelo 605 hoy habría volado muy alto. Así que disfrútalo en casita con el ipod cargadito de tu Rey. Yo, por cierto, te escribo este comentario escuchando Blue Christmas...
Era maravilloso...
ResponderEliminarEl que esté libre de no haberse acurrucado apretadito a él/ella, mientras escuchaba una de sus baladas... ¡qué tire la primera piedra!
Yo tengo algún vinilo heredado de El Rey y no lo cambio por ipod...
Eso era el Romanticismo... te ponían una copa y podias retormarla para dar un sorbito cuando acababa la canción... o mientras sonaba ibas pensando lo siguiente a hacer cuando se parase el disco...¡eso ahora es imposible!
Ellos se lo pierden..
Saludos