Hace unos meses, cuando la Directora General de la Organización General de la Salud advirtió “a toda la Humanidad” de la amenaza de pandemia por gripe porcina una ola de pánico sacudió al planeta. La mera posibilidad de exposición a la intemperie del contagio sin el escudo de la vacuna, desató una histeria global sin precedentes en los últimos tiempos.
Máscaras por doquier, reducción del consumo de cerdo, desinfectantes de manos en las estanterías, medidas de higiene, todas extremas y la mayoría absurdas…todo un homenaje a la exageración para calmar a una población que hace mucho que se ve incapaz de admitir su indefensión ante ciertas cosas.
Ha pasado bastante tiempo, ya tenemos la vacuna, los ánimos andan más calmados, pero… ¿Y la pandemia? ¿Dónde está el contagio masivo?
La gripe A, uno de los mayores timos de los últimos tiempos. Un sablazo de proporciones planetarias que tan sólo ha servido para llenar los bolsillos de algunos, ejercer la presión del miedo sobre una sociedad cada vez más sensible a él, y sobre todo, dejar al desnudo nuestra aversión a vivir en el riesgo de lo imprevisible; nuestro pavor a que existan cosas que no controlemos o contra las cuales no haya quien nos proteja, el rechazo a aceptar con humildad que vivir es un constante regateo a la enfermedad y hasta a la muerte.
Los dueños del dinero, y los plenipotenciarios amos de los Estados que ya casi nos poseen pueden estar satisfechos del experimento. No sólo ha traído dinero a unos, sino que ha proporcionado a los otros la certeza de que se encuentran al mando de una sociedad que a la que todo precio le parece barato a cambio de su seguridad. Un precio que, por supuesto, incluye sus libertades, pero que va más allá, llegando a anular la interrelación entre personas.
Si Vd. paseara por los aeropuertos de todo el Mundo tan a menudo como yo lo hago, vería a un montón de gente ataviada con máscaras, guantes y una mirada temerosa que escruta todo aquello que precede a sus pasos. Vería ojos inquisidores de reprobación hacia quien tose, y gente que le habla, sólo cuando no tiene más remedio que hacerlo, a dos metros de distancia, sin acercarse más.
Vería como, en una especie de sueño que podría titularse “El Futuro Ya Está Aquí”, la gente renuncia a algo tan esencial como es la conversación con sus semejantes, el roce cotidiano, la mano estrechada, el abrazo de bienvenida, las palmadas de ánimo…por temor a la infección.
La histeria pasará, qué duda cabe, pero en la conciencia colectiva quedará una marca indeleble que no nos dejará olvidar que otra vez tuvimos miedo; la enésima cicatriz que el ser humano se deja infligir en su propia esencia vital. Quedará, ya para siempre, otra dolosa y dolorosa entrega de nuestra alegría de vivir a cambio de una seguridad absoluta que nos negamos a comprender que es inalcanzable.
Y por supuesto, quienes nos miran, quienes ya hace tiempo que rellenan el hueco de nuestra falta de determinación por seguir siendo humanos, quienes cobran el peaje de nuestros miedos inventándose letras a 60 días que se revelan falsas el día 61… tomarán nota de hasta dónde somos capaces de ofrendar nuestro propio futuro, nuestra vida y todo aquello que un día nos hizo libres.
Sabrán que preferimos morir a perder la vida.
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